Las catástrofes humanitarias son un combustible casi inagotable para las diversas manifestaciones artísticas, siendo la literatura una de las que más lo explotan. Tales desastres son una caja de pandora que para los escritores es acero hirviendo, dotándoles de la materia prima para representar lo que ahora el planeta nos dice a gritos.
Los seres humanos, a pesar de profundas diferencias intelectuales con el resto de las entidades biológicas, mostramos una irracionalidad que raya en lo barbárico. Un par de guerras mundiales, varios conflictos continentales, decenas de guerras regionales, y varios éxodos, todos ellos, productos de la incapacidad intelectual humana.
Desde perspectivas más ensayísticas (Los migrantes que no importan, Oscar Martínez), a la visión antropológica (Necromáquina, Rossana Reguillo), pasando por la ecuación voraz vende libros (American Dirt, Jeanine Cummins); Emiliano Monge se incrusta en medio de estas coordenadas con un libro que comparte la dureza, y la sordidez del tráfico de personas que ocasiona la migración de Latinoamérica hacia más allá del Río Bravo.
Sin guardarse detalles sobre lo descarnado de sus ejecutantes, se propone una perspectiva en primera persona donde los ejecutantes de tal delito son representados como seres humanos enfermos, reflejo del sistema que lleva a los menos favorecidos a entregar todo al azar amañado por la derrota y la muerte. El estilo ingenioso, evocativo e híbrido de Monge permite apenas sobrellevar la tautológica realidad.